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Pensar con la cabeza o con el corazón.

Metafóricamente hablamos en estos términos cuando nos referimos a dos formas contrapuestas de tomar decisiones, en la primera se parte del análisis racional, de la valoración de los beneficios o perjuicios que conllevaría dicha actuación, lo cual implica reflexividad.

Por lo que se decide no tanto si apetece o no algo sino si conviene o no llevarlo a cabo. Por el contrario, cuando tomamos decisiones con un  fuerte  estado emocional donde los sentimientos tienen un papel relevante es cuando decimos que pensamos con el corazón. En este caso los sentimientos nos advierten de que una cosa es buena o mala, nos apetece o no nos apetece, no hay ningún tipo de análisis ni de los hechos ni de las consecuencias. Ante las situaciones críticas, este tipo de respuesta  es necesaria, porque nos ayuda a actuar de una forma rápida y desde la emoción, por ejemplo cuando detectamos un peligro  y la reacción debe ser rápida.

Pero también hay que ser consciente de que este tipo de reacciones  nos puede llevar a errores,  debido  a que hay una baja o exagerada percepción del peligro y  nuestra actuación puede ser desproporcionada.

En general es importante buscar el equilibrio entre ambas forma de actuar o pensar, y solo así tomaremos decisiones acertadas en las que haya una resolución rápida y desde la emoción cuando sea necesario y reflexiva y meditada cuando la situación lo requiera, midiendo las consecuencias.

Solo la combinación de ambas nos lleva a la inteligencia emocional.

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Psicólogo online

 

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